jueves, 28 de junio de 2018

Esperanza rodada.


Cuando el balón rodaba, los problemas lo hacían también. Se alejaban hasta verse pequeños, casi minúsculos dando paso a una esperanza teñida de verde, en ocasiones de barro, en otras de lejanía cercana al olvido. 

Esa tarde se oían gritos, gemidos en unas ocasiones, decepciones en otras. Pero solo eso, un balón que rodaba, que conseguía lo que nadie antes, ni durante, ni posiblemente en un futuro haría posible. Los problemas se alejaban, la angustia, la vida en su sentido más tangible, se convertía en un mal sueño del que había conseguido escapar tras despertar bañado en gotas de sudor.
Nunca había conseguido alzar un título, tampoco le hacía falta. Ni siquiera las victorias en competiciones, o partidos sin relativa importancia sobre la clasificación del campeonato le transmitían la misma sensación que verse sobre el césped o un campo de arena. Hasta que llegó el día. Ése, que sin saber cómo, se desarrollaba ante él; estaba en una final con mucha más gente de lo habitual en las gradas. Comenzó tenso, con fallos en él que no eran habituales, hasta que lo vio. Su padre. Quien nunca había dudado de él, quien nunca había dejado de poner la mano en el fuego por la que hasta ahora era solo una afición. Y entonces todo comenzó a rodar. El balón. Su esperanza. Su ilusión. Y el comienzo, quizá, de un vida con un objetivo diferente.

Ojeadores, aficionados vitoreándole, y por primera vez todo ante sus ojos se veía con claridad. Sin ninguna duda lo supo. Lucharía, lo intentaría con todas sus fuerzas y lo conseguiría. Por él mismo. Por su padre. Por todo lo que siempre le había rodeado y deseaba en ese momento que se alejara como un balón en el terrero de juego que no se controla bien. Ahora sí lo controlaría lo suficiente para acercarse al sueño que hasta ese momento había dormido en él mismo...

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